Extrañezas de la partida

ARTURO BORRA








ParkeHarrison







Extrañeza de partir a ninguna parte:

                                                                                    partidos.





Sentirse de otra parte no nos convierte en seres excepcionales. Y, sin embargo, ya no queda patria en la que refugiarse.





La memoria de lo no vivido ahueca el presente. Ante la hostilidad frente a lo extraño, no cabe ningún regreso.

Sólo la promesa de otra partida: la apuesta de vivir en la extrañeza. 



   

Proyectar lo temido en lo extraño es una forma de desconocimiento de sí. Contra el etnocentrismo: re-conocerse en lo otro. Ser-otro en ese interminable exilio que es vivir.





Aceptar el estigma: desafiar el credo de la presencia. Doble condición: nacer en lo desterrado, ser en lo desaparecido.

Extranjero en todas partes.





También los lazos pueden anudarse como distancia fecunda florecer en lo invisible.





Fuera de los rituales de una patria oxidada, queda la apertura: una comunidad en diáspora, entrevista en sueños.





No quedan leyendas. La épica está rota. La historia deshace el mito: apenas sobreviven ruinas. La necesidad universal de partir.




 

Nuestro júbilo estuvo matizado desde siempre por la decepción. La pasión por la distancia es una forma de funambulismo.





Cuando todo es pugna, estallido, fuga: ¿qué suelo podría subsistir que no sea tierra horadada?





Crecimos como arbustos en un baldío. Y no quedaron raíces.





¿Qué es esta lejanía sino añoranza de una existencia que agita sus fronteras?





La mitología es ubicua: sus héroes no dejan más que desolación tras su paso legendario.





La extranjería no se confunde con la experiencia de migrar. No importa cuán lejos se resida: nunca se es suficientemente extranjero.





No partimos para salvarnos. No hay salvación en ninguna parte.

Partimos para que el hundimiento no sea todo.





Lo ominoso forma parte de lo propio. Hacer del otro un depositario de lo indeseable es ocultarse el abismo de nosotros mismos.





Más que alzar vallados o proclamar el fin de la frontera, queda la reivindicación de la intemperie: lo que se entrega –inerme al instante.





La extranjería es distancia que fecunda la posibilidad de lo diferente.

La escritura de lo distante es aquella tierra desconocida en que devenimos extranjeros.





Somos esa distancia. El presente es retorno de lo extraño que contiene lo familiar, del sí mismo como otro, de la extrañeza como corazón de lo conocido.






No faltan quienes alzan muros para su deseo. La extrañeza es el golpe que intenta derribarlos. 





Las fábulas de uno mismo están ahí, no para ajustar la vida al deseo, sino para creer que vivimos según lo deseado.

Hacer de la historia una fábula consuela pero no cambia la vida.





La extranjería es la experiencia de la impertenencia. Nadie posee su verdad. No hacemos más que vagar tras sus rastros, en la encrucijada de lo impropio.





Llega un punto en que no queda más que lejanía. Sólo por ella nos es dado interrogar las cercas en que moramos.





En la soledad de la partida, inventamos cada noche lo inédito.